29 abr 2010

Minirrelato: El hilo de Ariadna



Ariadna ayudó a Teseo a salir del laberinto del minotauro dejándole un ovillo. Una vez fuera el muchacho, a la luz del día, se fija en ella y no puede creer que haya sido ese hilo endeble el que marcara la diferencia entre dentro y fuera.

La incredulidad, con el tiempo, se tornó desconfianza. La desconfianza en rencor. Ella, intuitiva, iba notando los cambios de color de la rosa de su afecto, y para no aumentar las diferencias le dice que no se preocupe que el ovillo no tiene importancia, el esfuerzo fue suyo, que no había ninguna doble función en ese hilo. Era la cuerda para salir, no para tropezar.

-¡Qué no hombre, que el ovillo era para ti! ¿Es que hubieses preferido que te comiera el minotauro?- le decía Ariadna. Pero, cada día se iba levantando un muro refractario. Poco a poco, Ariadna hablaba y el eco de sus palabras chocaban contra la pared.

-Que no pasa nada, que solo fue una idea, ¡pero si fue algo pequeño, obvio, evidente! Se le podía haber ocurrido a cualquiera. La ideas son libres están ahí, listas para cogerlas con los dedos, sólo hay que levantarse y elegir la adecuada.

Ante tantas palabras, la callada por respuesta. Ante tantas ideas, la locura por contestación. Ante tanta atención, la indiferencia como reacción. El otrora jardín, se tornó estéril desierto. Ariadna terminó buscando la compañía de Soledad y en su invisible diálago con la nada, recordó que el ovillo estaba en su bolsillo.

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