Hartos de mediocridad, hartos de caretas y personajillos sin base ni fundamento, harta de estafadores que comen corazones y se quedan el trofeo de la cartera. Hartos de escritores que escriben y describen la nada, pero se creen semidioses con el don de la pluma y la soberbia infinita. Hartos de los egos duros como piedras y cerrados como puertas blindadas. Harta de los contrastes maldad y destrucción versus creatividad y construcción.
Hartos de mirar a los ojos y ver una tupida cortina de terciopelo rojo, hartos de hablar con alguien y que sólo te de el carbón de su corazón, o te deje en las manos las heces que atesoraba en su interior. Regalos como esos deben ahorrarselos. Hartos de la globalidad estafadora, y los estafadores globales. Internet que un día te dio el don divino de la comunicación universal o el de la ubicuidad, te corta las alas y te dice a la cara: Eres tonto chaval.
Hartos de las puertas abiertas para amigos que no vienen, pero que aprovechan los desalmados. Cepos en la puerta y en el corazón de mucha gente. Leer el periódico y sus denuncias, leer los testimonios bíblicos de individuos que han jugado con el lado oscuro de la maldad.
Hartos de pasar horas revolviendo en la basura y darte cuenta que los malos nos llevan la delantera, que los parches o los puentes que hay que reconstruir a veces son insuficientes. La globalidad transparente, las redes, nos vuelve aún más vulnerables. Podemos o quizás ya lo somos, pasto para pirañas.
Dos días y dos noches nadando entre el fango, el alma sale triste y agotada. La información es necesaria pero hay que saber profundizar para que la apnea o las corrientes no te maten. Cuando sales del fondo, el mundo es jartáble. Hartos de la hartura. No nos vamos a amedrentar, esto es solo una reflexión, continuaremos con el trabajo serio.
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