Me encanta la mar, el océano. Es divertido ese hermafrotidismo con el que se camufla el agua. Fuente de vida llena de poder para moldear su entorno, en silencio y sin preguntar.
La verdad es que nacida en la cuna de las Canarias y mecida junto al arrullo del océano Atlántico llegar a Campanillas, zona interior de Málaga, y encontrarme con un río seco convertido en carretera por el que suben y bajan camiones llenos de escombros, me decepcionó un poco. Aunque con el tiempo se asimila y ya está, no pasa nada.
Pero es fantástica la madre naturaleza que con cuatro goterones convierte un río seco en un torrente vibrante y salvaje. Muchos días he sentido la necesidad de ir a ver el nivel que iba cogiendo, constatar la velocidad de esas aguas cenagosas. He estado ahí mirando con asombroso deleite cómo ese agua avanzaba decidida por un camino que sabía suyo.
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