¡Mimooooosa!- gritaba el niño detrás de la gata gris con rayas negras. La gata, obviamente, huía del salvaje crío que ya había intentado ahogarla, dos veces, en el bidón de plástico del jardín.
¿Todavía se pensará este que me voy a dejar coger?- debió pensar ella, porque salía disparada en sentido contrario al grito que la reclamaba. ¡Mimooosaa!, misimisi, gatita - continuaba el pillastre mientras se metía en el bolsillo una bolsa de plástico blanca.
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