Había una vez un gato al que dentro de una botella encerraron. Cada día pasaban sus dueños y allí le echaban de comer... lo justo para que no creciera demasiado. Todos los que venían de visita se quedaban admirados.

- ¡Un gato dentro de una botella!, ¡Qué tranquilo está y no se queja!. ¡Qué buenos propietarios gatunos sois!
- Sí, nuestro 'trabajito' nos cuesta. Los gatos por su naturaleza son salvajes y hay que educarlos con mano dura, ya se sabe que en la férrea disciplina se haya la excelencia. Es como un pequeño bonsai, pero que maulla y te mira a los ojos.
Van pasando los días, los meses y los años, el manso gatito comienza a crecer y a maullar con más fuerza. Deseaba salir de la botella, pero ante sus súplicas los dueños optaron por ponerle un tapón a la botella, esperando así que el gato se callara. Éste maulló hasta que se consumió el aire y se desplomó desvanecido.
Uno de los propietarios se interesó por el estado del felino, aunque enseguida se despreocupó al comprobar que el gato abría los ojos de nuevo. Sólo ha gastado una de sus vidas aún le quedan seis- pensó. Esto sólo era el principio, una vez abierto el tapón insistió maullando y arañando el cristal de la botella.
Los dueños del gato llegaron a la conclusión de que éste había enloquecido y lo mejor era intentar que no sufriera, así que decidieron llenar la botella de agua y se fueron.... al regresar sólo encontraron un charco transparente y la botella rota.