La accidentada relación se terminó. Casi dos años de discusiones, idas y venidas. Reencuentros y desencuentros. Todo para terminar en el mismo sitio. Cansada se tumba mirando el techo. Apaga la luz y un torbellino de reproches al otro no paran de acosarla a pesar del sueño. ¡Cuántos proyectos tirados a la basura! Vuelve a suspirar con rabia.
Recuesta mejor la cabeza en la almohada, mientras recorre el estrecho pasillo entre la consciencia y el sopor, cuando un ser de luz se acercó a ella. La llamó "Mamá". Tenía la altura de una niña de tres o cuatro años, de pie junto a la cama. Comenzó a hablar con voz infantil pero segura preguntando por su futuro. Pues, notó que ya no había lugar para ella y vagaba sola.
La mujer le dijo que lo sentía, le pedía disculpas porque no había elegido bien a la otra persona y ahora no era su momento. La niña contestó que lo entendía, sonrió comprensiva y aprovechó para decir que no quería llamarse como ella. Su madre ya había escrito su historia y ella no deseaba el nombre repetido. La mujer rió y acordó que el nuevo nombre que ella proponía lleno de aes era precioso, y con mucha garra para una niña con carácter.
Cuando llevaban un rato hablando madre e hija, la niña le preguntó:
- ¿Mamá, ahora a donde voy?
- ¿Mamá, ahora a donde voy?
- Ella le contestó: Fúndete conmigo, cariño.
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