Notó que el pecho relentecía su ritmo y caía en un profundo sopor. Elva se colocaba la sábana sobre la cara y abrazaba la almohada. El tacto de la tela fría la reconfortaba y daba gracias. Siempre agradecía al acostarse. Recordó una canción suave mientras y empezó a mecerse, como de niña. El día había sido insoportable, pero la cama nunca defraudaba. Era el refugio de la amazona- pensaba mientras caía en una ebria somnolencia.
Rápidamente sintió que volaba, podía meterse incluso en el interior de los aparatos, sobrevoló los circuitos de una placa de radio o de televisión. Pasaba rasante, casi podía tocarlos, luego soñaba con vestidos de princesas, como la primera vez que leyó el libro de la Cenicienta y se enamoró de aquel dibujo.
En pleno vuelo, escuchó unas notas de piano y un coro de película, veía calles solitarias, podía ver las casas de sus vecinos desde lo alto. A veces miraba por las ventanas, para imaginarse como vivían. Esta vez el vuelo le recordaba que no podía caminar. No era un ángel, tan solo un ser anodino. No podía tocar el suelo, y se convirtió en observadora perpetua. No quería aquellas alas, pero tampoco las tenía. Tenía manos y pies pero no podía tocar ni caminar.
Elva voló alto y lloró por no poder andar. Tanto lloró que sus propios gemidos la despertaron y la almohada estaba húmeda. No era la primera vez que tenía ese sueño. Se bajó de la cama y andó unos pasos y echó de menos esa capacidad de correr detrás las nubes, poder nadar entre la luz del amanecer y el ocaso. Aún podía escuchar el sonido de las olas del mar de las playas. El olor del fuego de las montañas al tun tún de los tambores de los chamanes de madrugada.
Sentía que de día era una simple actriz de reparto y de noche vivía la vida verdadera. Por eso quería dormir, dormir y dormir. Querría dormir despierta para aunar esas dos realidades. Tenía un cuaderno para anotar lo que veía, unas veces eran paisajes solitarios, lobos aullando a la luna, o algún sonámbulo caminando solo. Solía vigilarlos por si se perdían y los regresaba a casa. Otras veces eran amantes de las estrellas y la naturaleza haciendo acampada. Nunca hablaba con nadie, se conformaba con mirar. Hablar nunca fue su fuerte ni despierta ni dormida, se conformó.
Una noche decidió grabarse con una cámara mientras dormía, y lo vio, observó como una Elva brillante, etérea se levantaba sin poner los pies en el suelo y luego volvía al amanecer. No se sentía la Wendy de Peter Pan, tan solo era la tránsfuga que vivía una vida mejor que la de ella. Decidió que ya era el momento de tomar cartas en el asunto. Preguntó a gurús y a místicas que le hablaron de unos viajes espirituales. Controlar algo que no se ve es complicado- pensaba Elva. Asistió a rituales de humo, tambores y fuego, bailó a pecho descubierto bajo la luna con las guardianas del conocimiento. Y aunque notaba la seguridad y el empoderamiento. Esa doble vida la tenía desconcertada y no le permitía echar raíces en ningún lugar, ni en el físico ni en el espiritual.
Sentía agotamiento y un fuego que la consumía en el interior. como si el sol fuera a hacer el mediodía en su pecho. Había días en las que no se sentía bendecida ni agradecida, sino todo lo contrario, en uno de esos días de hastío corrió hasta lo alto de una barranquera y miró al fondo. Miró al cielo, y por un segundo sintió que se hundía buscando la sima, hacia la oscuridad, donde apenas llegaba la luz del sol. Lo sentía en el movimiento de sus ropas y en el hielo de la brisa en su cara. ¿Había saltado?- dijo en voz alta y escuchó su eco. Abrió los ojos...
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