El cuaderno se va llenando de nombres, de citas, de horas, de oraciones, de llantos, de enfados, de aplausos, de vítores, de máscarillas de colores, de gel hidroalcohólico de garrafón. Todo, todo estaba anotado en una bítácora de rayas rectas como la incertidumbre del futuro cercano. Ya saben, por eso de vivir el AHORA, que el mañana da ansiedad y el Diazepan recetado sale barato. Somos los dopados de pastillas y sudor de gimnasio. Somos los embadurnados de protector solar de 35 para pillar el moreno, que el blanco pandemia ya no está de moda.
Elva escribe en el bus, derecha en las avenidas, torcida en las curvas, y centrípeta en las rotondas. Se sentía la cronista de las pequeñas cosas, esas en las que nadie repara. Aún recuerda la cara de pánico, de cervatillo, de una usuaria del transporte público al acercarse a la barandilla para sujetarse y cómo salió corriendo hacia el fondo del autobús. Y ahora, nos sentamos bien apretaditos o se hacen fiestas en barcos o botellones en los barrios: "Con la mascarilla no pasa nada", es el nuevo mantra.
Antes todos a las 12:00 veíamos el parte del Presidente y sus Ministros y sus Representes y las ruedas de prensa interminables. Ella las veía en el móvil mientras caminaba por calles inauditamente vacías y silenciosas. Era el silencio del miedo, la ciudad no estaba dormida, estaba acurrucada. Hasta que pasaba por delante de un balcón con el super altavoz a todo volumen en la que la voz de una niña rezaba el rosario. O pasaban los coches de Protección Civil callejeando con el himno de España y recomendando que se quedaran en sus casas. A las ocho de la tarde, después de los aplausos, un vecino tocaba a corneta la canción de los legionarios "El novio de la muerte".
La realidad era surrealista, parecía una película sin director, pero con mil guionistas. Una superproducción, sí, pero nunca aparecieron Bruce Willis, Tom Cruise o Tom Hanks. La mente de Elva traducía ese evento como algo memorable, paradójicamente histórico y luctuoso. Vivido a través de la pantalla. Y la unidad de la rutina de los aplausos para los Médicos, Enfermeros, Sanitarios, Sociosanitarios, Limpieza, Transportistas, Reponedores, Cajeros, Farmacéuticos, Panaderos, Fruteros, Carniceros... Todos ellos en mayúsculas, porque en el cuaderno de Elva no podían escribirse en chiquito. Trabajar contra viento y marea es un deber y derecho.
Derechos soliviantados por un virus y gestionados en A o en B o "En conmigo no cuentes" con impunidad, convirtiendo a una gran parte de la población activa de un país en la Generación Suspendida...
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