El rostro de Leila Guerriero es un delicado óvalo coronado por una aureola de rizos alborotados, fieles reflejos del temperamento persistente que la ha convertido, muy a su pesar, en una referencia cuando se habla de periodismo narrativo.
Ese género escurridizo y promiscuo que es la crónica periodística la apasiona al punto de lograr que abandone la distancia característica en sus textos y asevere en primera persona sentencias como: “Prefiero sospechar algunas cosas. Que toda levedad se monta sobre tornillos erizados. Y que si lo de arriba flota, es porque lo de abajo lo sostiene. Pero no sé cómo se hace”.
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