Molestaban mis consonantes y mis vocales. Alófonos que llenaban el aire de una musicalidad que chirríaba en tus oídos. Yo era ruido, tú eras silencio.
Mis ideas chocaban con tus ideas. Pero tu silencio amortiguaba la estridencia del "¡Eureka!". Cuando tu voz se tornó transparente aprendí a leer los labios. Aprendí a transcribir el parpadeo.
Cuando tragué tanta saliva, cuando intenté leer la mente. Desaparecí. Y tu presencia llenó toda la sala con una palabra.
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