Cuando caminas por el jardín de los muertos y respiras su aroma diverso y lleno de matices. No puedes más que admirar la belleza de lo efímero y aplaudir sus esfuerzos por caminar entre los vivos sin que se note que están muertos. Si en tu camino encuentras a alguno perdido, dale la mano y condúcele al desierto, pues el lugar de los muertos no es el cementerio. El polvo busca el polvo en aquellos lodos. Ellos son nómadas eternos en busca de una piel que los habite, un sol que los queme y una arena, que como notario, tome acta de sus efímeras huellas. Ahí van en procesión los muertos cargados de corbatas o discursos engomados. Buscan el oasis que los refugie, la matriz-tumba que los haga revivir. Tú oyente no seas sujeto paciente y tradúcele al muerto las indicaciones para que sus huesos descansen, o dejen de ser muertos sin objeto ni propósito. Pues, la muerte es libertad, y la libertad sueño.
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