El Principito |
El Principito que tuvo que irse para reconocer lo bueno que dejaba atrás, pero nadie le dijo al niño que ningún tiempo pasado fue mejor. Pues, el tiempo corre para ellos y para ti, y nunca están igual que los dejaste. La rosa, ya es rosal y se fecunda en tu ausencia sin que intervengas. Cuando vuelvas a tu reino Principito. Ella es otra y los baobabs están en multipropiedad. Llegas y tu memoria se rompe, lloras en tu planeta, ora de pena, ora de alegría. Pues, el Principito como ser noble que es, se alegra de que las cosas cambien, mejoren, muten.
Al igual que nadie le avisa del cambio de las cosas, y la mutación de la realidad, nadie le avisó de la barba y el cuerpo atlético listo para el combate o lo que la rosa hubiera querido. El minúsculo planeta ya no le sirve de cuna. Pero entre la rosa, el cordero y los baobabs estaba completo el terreno. Se alegró, porque el Príncipe se sabía rico. Pues, había entendido que la verdadera riqueza estaba en la libertad de entrar y salir, subir y bajar, irte y volver. Ninguna cadena tenía atrapados sus pies, ningún eslabón o grillete ataba sus manos o ahogaba su garganta. Esa libertad que muy pocos conocen, porque confunden volver al hogar con entrar a un nido de plata, decorado de créditos e hipotecas. Se los dijo, la tierra que compras espera pacientemente la madera de tu ataúd, o el palomar que acoja tus cenizas...
Elva tropezó y se le cayó un libro, se agachó a recogerlo y le dio tiempo de ver la cola de un zorro y un trozo de túnica azul. Suspiró, hacía rato que los notaba respirar cerca. Se puso derecha y al ver que el sol apenas estaba presente. Decidió regresar a casa pesando que el 'ahora' es más pleno de lo que creía.
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