Elva se remueve en la cama - Puedo veros - decía musitando entre sueños, los había visto, a él y a su hijo. A los dos los esquivó, o más bien la esquivaron a ella. Al verse ignorada por ambos, en el mismo día, en la misma hora, en diferentes contextos. Extrañamente, no se sintió ofendida. El suelo se afirmó y sintió que la calle ella suya, como en las películas antiguas del oeste. El Sheriff camina con las manos a los lados cubriendo las pistolas listas para desenfundar, y las piernas ligeramente abiertas al andar, como si los huevos fueran demasiado grandes para el embutido envoltorio que eran los pantalones. Identificado por su estrella de oro en el pecho, que le otorga el derecho y el poder, al par que le cubre el corazón de las balas de plata.
Ella miró sus piernas al andar, no podía verse así misma de otro modo, pero no se sintió culpable de esa reacción, cuando ves que dos lobos cambian de vereda o apartan la mirada, es que por fin han entendido que ése no era su territorio. No hay nada ni nadie al que domesticar, tan solo que cada quien siga su camino.
El viento arrastra las aulagas, pero no lleva impregnado el olor a sangre, la jornada está tranquila. Mientras mira el cielo despejado, la temperatura es espectacular. Un día propio para que los vivos, los muertos y los inventados caminen marcando la distancia terapéutica del que sabe que puede hacer daño. No se buscan problemas ni los quiere. El pulso del más fuerte por fin terminó. Elva rebusca en el poso de la taza por si otro final fuera posible. A veces a los sueños les puedes apretar las tuercas y hacer un giro de guion. Pero hasta los sueños más surrealistas te recomiendan que vueles con los pies en el suelo y sueñes con los ojos entreabiertos. Soñar no es autogañarse, eso es otra cosa. Elva suspiró y por primera vez se levantó antes de que sonara el despertador. Dirigió su vista a la mesita de noche y allí estaba puesta la bala de plata...
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