Jorge Rando |
Elva se levanta un domingo más con la promesa de que son las últimas horas de descanso antes de volver a la vorágine semanal. Hoy no preparó café, sino un zumo de plátano, piña y chía. A ver si así alargaba la mañana para conjurar a los idus del descanso y el asueto. No quería escuchar sus voces internas, esas que la hacían entrar casi en un brote psicótico día tras día. Por mucho que las mandase callar ellas dominaban sus neuronas, y cabalgaban la ansiedad que la hacía desear un final no cristiano. Esta mañana respiró, no estaban y decidió escuchar música...
Norah Jones canta mientras el sonido del teclado de Elva intenta pasar desapercibido, como un piano a destiempo. El ritmo lento inspira caricias a las letras para que éstas se vuelvan dóciles y mansas, como pinceladas de pintor enamorado y satisfecho de besos y saliva. Artista que ya ve en el cuerpo desnudo un mundo por descubrir y no carne fresca para devorar. Pintar sin derecho de pernada.
Elva se siente acompañada al ritmo de la música, no sabe si ella o la melodía son las que teclean el ordenador. Intenta poner la mente en blanco y permitir que lo inconsciente se haga consciente, como rezaba Jung. Las alturas y las cimas más profundas ofrecen refugios, que al menos hoy no le interesan, tiene los pies llenos de llagas. Imaginando historias de finales llenos de algodón limpio, sin sangre. Un algodón de descanso y no sucio de poluciones y de urgencias.
La música y la voz de Norah son conductor y carreta. Elva se deja llevar sin preguntar el destino, hasta que ve surcar una mariposa roja. No es un ser vivo, en los sueños los seres son dibujos en muchas dimensiones. Ahora recuerda que la vió en el Museo de Jorge Rando, una mariposa hecha de trazos ligeros y pintura roja como la sangre pero sin manchar, parece un bicho repugnante y bello a la vez, como los seres humanos, que a veces hay que buscarles el perfil bueno porque no se lo vemos.
Al bajarse del carro, Norah aligeró el caballo y siguió su camino, y la mariposa voló como sino fuera de lienzo, ni el vago recuerdo de una exposición visitada con prisa, Elva miró su teclado y solo vio letras...
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