19 nov 2014

Minirrelato: Casas viejas

Casas viejas, más por las grietas en las paredes,  que por lo que cuentan. Casas viejas, abandonadas. Promotoras de historias fantásticas y peligrosas para los que se aventuran a caminar entre sus paredes, sorteando escalones rotos o la inexistencia de barandillas. Suelos de madera podrida, olor a humedad, a estiércol, a guano. 

El polvo suspendido en el aire baila en las narices provocando estornudos desnudos, sin manos, sin pañuelos. Estornudos mojados que impregnan el aire viciado. Vicio de una soledad que provocan las puertas cerradas, los quicios de las ventanas maltrechas y unos muebles que esconden las sombras de los objetos que alguna vez resguardaron. 

Los que entran pueden entender el idioma de la vejez hedionda, y descifrar las historias de amor, anhelos o represiones. Distinguir el olor de los miedos que se mezclan con el olor a humedad y polvo añejo. Sonidos de pisadas suceden a las antiguas músicas que alguna vez sonaron. El sordo solo oye el crujir del suelo bajo sus pies. El sensible escucha la voz desgarrada de la persona que impregnó las paredes con su sonido.

Casas viejas, álbumes de fotos en sepia y caras de seres celestiales. Celestialmente muertos, entiéndase. Seres con rostros interesantes, bellos, que inspiran curiosidad, y tal vez, envidia. Una historia sugerida por instantáneas congeladas en el tiempo. Si las miras fijamente, moverán los labios y o estirarán los miembros dormidos por la postura estática.... Casas viejas

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