6 ene 2017

Minirrelato: Sueños de un estado en democracia.


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Hacía tiempo que había perdido sus poderes, quizás por robo o descuido. La intuición no le avisaba de nada, la clarividencia se había vuelto oscura. Ya solo contaba con su oído, que la engañaba más de la cuenta, pues los mortales sabían cómo modular la voz para que fuese persuasiva y capaz de arrastrar a jóvenes soldados ilusionados a morir.

Hacía tiempo que la democracia ya lucía sus mejores galas, y a pesar de eso se había convertido en alguien digno de lástima. Nadie la escuchaba, nadie se escuchaba entre sí. Nadie buscaba el bien común, la mayoría era una cifra matemática manejable ante aquellos que enredaban los hilos. Seres con traje y corbata unos, o con coleta otros, jugaban con la retórica, los tiros de cámara y los problemas superficiales para llenar pantallas en 'prime time'.

Democracia se volvía invisible, sabía que había héroes anónimos que luchaban por dignificarla: héroes de facto o teóricos. Algunos la llamaban vieja, que el peplo le quedaba grande. Pero lo que no saben los ignorantes es que ella es una diosa meta y producto. Meta como algo superior a lo que aspirar, producto de prácticas basadas en la gestión libre de elementos tóxicos y el interés propio de una casta.

Hablar ante un micrófono como si quienes los ven sean borregos es un craso error, la democracia lo sabe. Ella sabe que la crisis no saldrá como una mancha rebelde, a ella se llegó por un cúmulo de prácticas deleznables perpetradas por gente sin conciencia social. Ella sabe que la siguiente era de políticos, no hablarán a menos que sea necesario, pues estarán ocupados en primera línea en cumplir lo que prometieron al jurar su cargo: Servir a la humanidad. Sueño romántico o próxima realidad. Ella lo tiene claro, está harta de pervertirse, de permitir que su cuerpo sea mancillado por la mano de los corruptos y vacíos de corazón.

Democracia se lava las heridas y se tumba para soñar, para dibujar e inspirar a aquellos que deseen de corazón administrar la riqueza y la pobreza  para convertirla en el estado de bienestar, que no necesite esclavos para ser realidad. Que no necesite multiplicar mundos empobrecidos y desgraciados, para que unos pocos montados en monedas, cabalguen sobre las cabezas de los desposeídos. Que no hagan falta muros ni legislaturas para separar aquello que es inseparable. No -  niega ella, no es un cuento de Navidad, es el deseo de quien calla y os está dejando hacer, aquella cuyo nombre ya no es sinónimo de nada en el imaginario colectivo.  

Ella agarra fuerte la almohada y llora por la aparición de pro-seres (hombres y mujeres) que levanten su bandera y hagan avanzar a una sociedad que ahora se entretiene en la queja perpetua y eterna, esperando milagros que solo dependen de sus propias manos. Duerme, sueña, llora...

 

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