9 ene 2012

Sin licencia para rebuznar


Hoy es lunes, estoy a una hora de entrar en clase. Las ganas son pocas, pero tendré que hacer de tripas corazón. Y eso, ¿por qué? ¿Con lo que a mi me gusta el olor de la tinta sobre el papel, las explicaciones me suenan a música, y las alegrías que me dan las asignaturas aprobadas es sólo superada por las ocurrencias de mi 'peque'?

Siempre he creído que a través de la educación la sociedad se transformaría, que el camino del conocimiento es capaz de mejorar al individuo. De hecho, he tenido tanta fe en esas ideas, que cuando tomé algunas decisiones, lo hacía con la convicción de que esa supuesta formación académica era mi paracaídas. Ahora sé que no. No protege de nada. Como mucho, con los apuntes puedes hacer una buena fogata para pasar alguna noche de frío, pero sólo una, porque arden rápido. El sudor del estudiante se seca rápido, y sus méritos son tan fugaces como un parpadeo. 

Mi padre me dijo en verano que mi carácter se está forjando en la fragua del infierno, y que de ahí saldrá una  persona nueva - ¿Nueva, nueva? No sé, pero menos aborregada, sí. A todo esto continúa el patriarca: "Y  los títulos académicos simplemente te darán licencia para rebuznar en el establo de la ciencia". Pues mira, y yo haciendo fogatas. Mirándolo bien, es cierto que burros cargados de libros hay muchos, pero gente competente no hay tanta. De hecho, a veces pienso que hay demasiados mediocres, con título o sin él.

Bueno, voy a dejarlo por ahora que me pierdo... Y no, hoy no me he levantado más chula que un ocho, es sólo una crisis de fe. Buenos días.


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