25 nov 2016

Minirreflexión: Historias de amor y muerte (I)

No sé como titular esta reflexión. Es cierto y no lo es, porque la realidad es más dura que cualquier texto escrito con las entrañas. Arturo Pérez Reverte decía que podía describir con detalle cómo se apuñala o tortura a alguien, porque él había sido testigo de la realidad aberrante que muchos queremos cegar.

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Hay muchas historias desgarradoras que no nos interesan, sino van con el barniz del Dolby Surround y las gafas de tres D, para sentir cómo la sangre nos salpica sin mancharnos. Nos hemos vueltos señoritos mal educados que nos cuesta reconocer lo bueno que alguien puede tener. Si pueden, se sentarán en la parte de atrás del autobús procurando no ser vistos o desaparecerán entre la multitud no vaya a ser que les pidas algo. ¡Válgame Dios!

Hay mucho que ver y escuchar, este mundo no es apto para mentes sensibles que se evaden de la realidad haciendo manualidades o huyendo a paraísos perdidos. Las miserias lejanas, nos pillan lejos, es verdad. No tiene por qué importarte la miseria más allá de los kilómetros de nuestra zona de confort. Pero, también aquí rascas un poco y descubres pequeñas historias, dramas salpicados de heces en las piernas manchadas durante días. Porque las canas teñidas no les dan permiso para meterse sola en la bañera. Rubias de bote, o canosas de azulón, tapan sus miserias para que sus hijos sigan viendo en ellas a las Marilyn invencibles, que tenían la casa brillando y la comida preparada para ellos. Luchadoras esclavas sin horario y pocas horas de sueño. 

Los hijos ignorantes de tanta miseria les regalan armarios llenos de ropa de marca para callar sus conciencias,  muchas de esas prendas se guardarán sin estrenar, ya que les faltarán vidas para ponérselas. Se les dice, hable con sus hijos, que se desviven por usted, pero ellas están ancladas en su papel de superwoman y ven a sus hijos débiles en sus 'estreses' y responsabilidades. ¡Pobrecito mi Pepe! ¡Bastante tiene mi María!

Salimos a la calle a hacer los recados, y se preguntan unas a otras qué edad tienen, y las que todavía se mantienen en mejores condiciones se les sube el ego de tal manera que se ruborizan de gusto. Caminan agarradas a mi brazo, como si yo fuera el enamorado que algún día las cortejó, hasta que ven a alguien conocido y aunque el mundo les da vueltas del mareo, corren derechas como modelos de pasarela, luego asfixiadas y rendidas vuelven al brazo que les da estabilidad.

Siempre encuentran a alguien para comparar enfermedades y soledades, hablan de pastillas, residencias y sus precios.

-- ¡2000 euros! ¿Dios santo, quién gana eso hoy en día? ¿Qué haré pronto, no quiero molestar a mis hijos? No quiero ser un abuelo maleta.
--¡Pero mujer, hable con tiempo, dígales qué pasa: que no puede vestirse sola, que pasa muchos días sin asearse, que se puede caer y romperse algo.
-- Eso es lo que va a tener que pasar, que me caiga.
-- Pero, no es justo, ¿por qué tienen que despertar así? Vamos que tiene que bañarse que está manchada.
-- Noo, primero arregla el armario, saca la ropa de verano y mete la de invierno!
-- ¡Pero usted está primero, no puedo verla así!
--  ¡ Saca la ropa del armario!

Respiro hondo sin oler, el hedor que se confunde con las cremas y las colonias baratas. Nunca se han dejado cuidar y a la vejez tampoco lo permiten, ellas llevan el látigo hasta que venga la muerte a quitarles sus poderes. Mientras tanto, se pintaran los labios, la raya en el ojo y procurarán ir conjuntadas. Irán agarradas a las paredes hasta las iglesias donde sus abluciones marcharán directas a un Creador que no estará presente en misa de siete. Sea como sea. Amén al Cautivo. ¡Viva el Cautivo!


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