1 mar 2020

Minirrelato: El sueño de Elva (VIII)

Había sido una semana dura, le afectaban mucho las historias de sus clientes, cada tarde se pesaba y duplicaba su tasa. Ya se había traído a alguien a casa de nuevo, levantó las manos hacia el techo respirando hondo. ¡Aquí no, por favor!- se dijo así misma exhalando un suspiro. Encendió la música, se puso a bailar para exorcizar las energías que traía pegadas al alma, el dolor que ellos exudan. 

Por suerte, nunca había soñado con ellos, aún no habían saltado la barrera íntima del descanso, pero no podía olvidar sus historias: 

Pepita que con su ictus en el lado derecho había aprendido a pintar mándalas con la izquierda y quiere volar antes de que venga el siguiente coágulo a cambiarle los planes.

Antonia, afectada del nervio óptico, vive ciega en actitud anteponiendo los miedos a sus capacidades, aunque esto no amarga ni oscurece su bello y generoso corazón. Aunque es una golondrina atrapada por las cortinas, siempre huyendo de la luz.

Rocío un mujerón de 1,70 cm. Una mujer bella, bastante entera y autosuficiente de 90 años que decide convivir con un hombre de 85 para cuidarse el uno al otro. Lo que no sabían es que a los pocos meses el Alzheimer sería el tercero en discordia robándoles toda la ilusión y desbarando su proyecto de vida. Haciendo que ni ella ni él se pudiesen echarse una mano.

Esperanza, consumida hasta los huesos y una demencia que la salva de su realidad encamada, habla en verso. Le pregunté si ella era poeta y me dijo que no sabía ni leer ni escribir, pero que le gustaban las letras: "Las palabras son como mariposas, yo las veo volar y les digo quédense con Esperanza a hacerle compañía y se sientan a mi lado".

Elva los mira proyectados en su cabeza, como si fueran los personajes de una película, podía ser ella, podían ser sus amigos o familiares. Ser cronista de su caminar hacia el lugar donde acaban todos los achaques, escuchar una y otra vez de manera sinfín: "Qué bello es llegar a viejo, pero qué fea es la vejez". 

Ella intentaba hacerles reír, hacerles olvidar durante unos instantes su penar y recordarles que hay una clase de locura que les vendría bien, la de la  inocencia del que le queda aún mucho por vivir...Y si mueren que vuelvan para contarlo. Ellos esbozan una sonrisa y la miran en silencio... Volvió a suspirar, y dijo en voz alta: Lo siento, hasta aquí llegamos, pero en mi cama no entráis. Hasta mañana.

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