19 ago 2012

Minirrelato: Los paseos de Sabina

Corrían los años ochenta o noventa, años confusos por el miedo al fin de siglo. Era morena, de larga melena, estatura media. Observaba al mundo con la mirada perdida que los especialistas definían como deficiencia intelectual.  Ella no podía explicar el mundo con palabras, pero lo hacía a través de sus labores de costura. Metros y metros de mantelería primorosamente cosida a mano, paisajes, florones de mil colores.

Sabina era silenciosa, huía de la gente, miraba siempre al suelo, como buscando el chiste perdido que la hacía reír constantemente. En su casa solía pasear con una cadena atada a una pierna, un grillete abrazando su tobillo. Este detalle la convertía en un condenado fantasma, o en un fantasma condenado. Técnica familiar ésta, que usaban como medida disuasoria para evitar que la niña-adolescente se escapara de la casa o le diera por tirarse desde la azotea. 

Ni los miedos familiares, ni las cadenas conseguían detener a Sabina. Pasaba al menos dos veces durante el verano, en las noches de luna llena, luna plateada o de brillo anaranjado.  En esas noches dejaban de escucharse las cadenas arrastrándose por el suelo y empezaban los gritos de la madre desde la ventana llamando a Sabina, que la pararan, que la detuvieran.

Ella corría libre, riendo, quitándose la blusa y corriendo por las calles sin ropa, como una amazona. Como una bruja en su particular aquelarre. Las aventuras luneras de Sabina terminaban con la Guardia Civil corriendo detrás de ella, dándole una toalla para que tapara sus desnudeces. Parecía una diva escoltada por dos guardaespaldas uniformados. De regreso a la casa su madre la recibía con un: "Jodía chiquilla esta" y cerraba la puerta. 


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