7 nov 2012

Poesía: El poeta

Hacía tiempo ya,
que había dejado de escribir.
El tumultuoso torrente
disminuyó hasta secarse completamente.
 Con ojos perdidos miraba al infinito
esperando descifrar, tal vez.
Los secretos de sí mismo,
en el inflexible horizonte.
Allí donde el cielo y el mar
se funden para formar un solo.
Un día entregado a estos pensamientos
perdió la consciencia de sí.
Nunca más volvió a ser él mismo.
 ¿Por qué sus jóvenes manos
perdida la inocencia de su celibato
se negaban a sujetar la pluma?
¿Resistiéndose al impulso de transcribir el verbo a verso?
 Sus manos se transformaron en troncos estériles
frenando así,
y para siempre,
el bello danzar de la pluma.
Al escribir,
los versos se atropellaban entre sí,
enloquecidos.
Estrellándose contra los muros de incomprensión.
Para morir ahogados en el oscuro mar del tintero.
Sus manos negadas a obedecer,
no querían escribir,
no querían escribir,
se rebelaban al yugo de la palabra escrita.
Anhelaban otro lenguaje.
Así es como de frustrado poeta
empezó de caminante.
Dejando que fueran sus pies
los que escribieran,
en el serpenteante pergamino
que se extendía ante él.
Lleno de sinuosas formas montañosas,
repleto de delicados y oscuros barrancos,
perdiéndose entre artificiosos senderos
escondidos entre la mala hierba.
El poeta se entregó al camino
 en la misma forma
que un día lo hizo a la pluma y a su arte.

III. Inquietudes. 2000

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