26 jul 2016

Minirrelato: Diálogos con la Muerte

Soñando con la Parca
La noche ha llegado refrescando el ambiente. Edith Piaf añade un tono sepia a la estampa. Han tenido que pasar unas horas para que se le pasara la ansiedad que le hacía verlo todo negro. Había empezado varias cartas: una de suicidio y otra de bienvenida a la Muerte. Las dejó en el borrador. Horas después, se sintió mejor, empezó a respirar y notar la brisa.

Era una romántica trasnochada, enamorada del amor y de sus fantasías. Quería vivir lo que ella creía era un derecho universal. Formar una familia mientras ella crecía profesionalmente. Lo quería todo. Un trabajo que le permitiera conciliar la vida familiar sin sentir que era menos profesional por eso, ni menos madre por salir a buscarse la vida. Lo había escuchado muchas veces, cientos de mujeres lloraban porque trabajaban para que otros cuidaran lo que ellas había parido.

Ella lo había tenido todo y todo lo había perdido. Vivía siempre al límite de la exclusión social. A veces se preguntaba, para qué luchaba. No había familia, no había trabajo, se había enfermado de los nervios y ahora la felicidad se volvía esquiva como las fantasías que imaginaba. Pensamientos de tirar la toalla la rondaban más fielmente que cualquier enamorado eventual. La música que sonaba, la hacía recordar los consejos y recomendaciones de los amigos: Tienes que luchar por tí misma. 

Renegaba de todo, la soledad se había convertido en su amiga de juegos, pero le chupaba el aire como un vampiro. Un día se miró al espejo aturdida y vió a alguien a su espalda, le ponía una mano en el hombro pero no se sintió reconfortada. No sabía si asustarse o alegrarse ante aquel descubrimiento: ¿Era un ángel, un demonio, un familiar fallecido o la Muerte misma?

Por eso, esa tarde decidió escribir sus últimas líneas, aquellas que alguien encontraría. La carta del suicidio era de despedida, la de la Muerte de bienvenida. Cuando lo hubo terminado, sintió frío. ¿Tal vez la Muerte viene a saludarme? -- Pero no pasó nada, empezó a llorar desconsoladamente sin haberlo decidido. Todo era confuso, ¿se quería morir o no? ¿Quería luchar o no?

Sus deseos merecían una vida o no debería luchar por cosas tan banales. Sentía que era un animal más, como aquellos que la aconsejaban. Enfadada se miró al espejo y vio un rostro triste, ajado. Rompió el cristal con el puño, cortándose y sangrando con profusión. Empezó a escuchar voces, cada vez más fuerte. No quiso prestarles atención, la sangre lo manchaba todo. Miró al espejo y vio delante suya una cara oscura y descarnada. Sabía quién era, ella la Muerte. 

Sintió alivio al tenerla cara a cara. No se sobresaltó cuando ésta le habló:  -- Tienes el alma enferma de tristeza, te vengas conmigo o te quedes, no saborearás la paz en ningún lado. Cura esa mano y respeta el templo que se te ha dado. Si insistes vendrás conmigo pero te queda mucho que evolucionar. Cura tu espíritu, sana tu mente de pensamientos destructivos y trabaja para que obtengas lo que te mereces en esta vida y en la próxima. Llora que te apetezca, acaba con tu cuerpo físico, pero te vas a llevar el equipaje de la eterna tristeza. Déjalo ir, déjate llevar y ya vendré a buscarte cuando sea tu turno.

Se quedó aturdida, pero por una vez alguien le había hablado con sabiduría y no con frases llenas de tópicos. Encendió la luz, lavó su herida, arregló la habitación. Se duchó y salió a caminar a la calle. La madrugada hacía que las farolas parecieran oasis de luz y sombra. Al acercarse a una, se dio cuenta que la figura que la tenía agarrada del hombro era la Tristeza. Por ella estuvo acompañada en todo momento, hasta que la falta de aire la convirtió en Desesperación. Decidió dejarla agarrada a una farola y le dijo: Por favor, aférrate a la luz.

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