18 jul 2016

Minirrelato: El número sagrado

Iba todo mal, había sido como un gran cataclismo, una explosión tras la que solo escuchaba un agudo pitido. Veía caras, veía sus bocas moverse y no articular palabra alguna. Caminaba sin rumbo por la ciudad, pero no podía parar. Tenía unos cascos puestos cuyo ritmo tras un rato de zumbido reconoció como música. Una rápida de Pitbull puesta en bucle, cañero, a paso ligero, marcial. Ritmo intermedio, Lisa Stanfield recorriendo el mundo con pies más lentos. Si quería caminar acompañada, Pablo Alborán. Y si quería desaparecer de la existencia, a paso pluma o paso de fantasma, Emilia con su Inmenso mundo. 

Pasaba más de ocho horas andando. Ellos eran los que marcaban el ritmo pero no el rumbo del movimiento, ése siempre ha sido el viento, comandante de los errantes. Pasaron así muchos días. No podía parar. Cuando tenía hambre, con sus dos euros de presupuesto por día, compraba frutos secos, o aprovechaba las ofertas de las franquicias alimentarias. Llevaba una botella de agua que rellenaba en las fuentes o en los baños públicos. Se miró al espejo y se vio guapa, vestida de militar, de cacería, verde caqui y los labios rojos. No le interesaba ninguna pieza, tan solo aquel camino sagrado a ninguna parte.

Empezó a sentirse aún más ansiosa, el deporte no traía consuelo a su cuerpo, decidió parar de andar y entró en algunas librerías de segunda mano. Cogió uno sin apenas mirarlo y notó una electricidad que le dio a entender que la estaba esperando. Tenía un mensaje oculto que solo ella sabría descifrar. Le costó cincuenta céntimos y salió de la tienda. Después de muchos días vagando, sintió
la necesidad de regresar a casa. Él bolígrafo no era suficiente, necesitaba más herramientas.

Corrió a su habitación y allí en la mesilla de noche cogió el otro libro que
necesitaba. El diccionario, desde siempre lo consultaba al azar y siempre salía la palabra exacta para el momento exacto. Con ambos libros empezó a hacer cábalas y cuentas nacidas del interior de su cabeza. Cogía palabras, y a cada letra le daba un número: a veces eran fechas; otras si salían dos cifras las reducía a una. No sabía por qué le interesaban esos números y esas letras. Porqué era urgente descifrar el nombre de alguien, la edad infinita que pudiera tener o cuándo iba a aparecer. (Amanecer= 8; Iluminación=10=9+1; 1+0=1). Llenó hojas con cuentas parecidas.

Cuando terminó sabía que estaba más cerca,y empezó a escuchar voces en la madrugada: "Síguele, él ha pasado por lo mismo que tú". Eran las cuatro, no eran horas de llamar, pero su mente estaba hiperactiva y pasada de cuentas. Marcó el teléfono y tras varios toques en el silencio de las ondas, imaginó el sonido rebotando en las paredes de una casa que no conocía. De repente, se arrepintió de haberlo hecho, qué la había llevado hasta ese punto. Durante unos instantes, su lógica tomó el mando, paró aquella carrera frenética. Vete a dormir -- se dijo así misma, y obedeció.


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